Quizás no tenga un final.

Aún podía volar entre sus cuentos, no había perdido sus alas, pero cada punto le torcía la mirada hacia el principio, a ese lugar en que una noche descubrió el amor.
Decenas de lunas lo vieron dejar caer estrellas de sus ojos, pero el tiempo le permitía cruzar otros puentes, que sin saberlo, cada vez lo alejaban más de sus sueños.
Lugares en el alma donde encontraba lo que creía extraviado, confundido entre la realidad y los cuentos, atajos donde vencía a la nostalgia.
Con la soledad en la mirada y vestida de noche para él, un derroche de sentimientos y dibujos de ayer.
Mientras escribía, entre sus dedos se esfumaban mucho más que palabras, había sueños y esperanzas que cada día parecían más lejanos.
Y como pequeñas escenas, los capítulos de su ayer le recorrían la mente sin dar pausa, solo prodigando recuerdos que ya no sabia si habían ocurrido o no.
Como un deseo crecía en su interior, su historia repetida en cada espacio, ecos de felicidad compartida, vibraciones en el aire que lo despertaban hoy.
De luces y sombras, con viento a favor luchando en contra, sin melodías conocidas más que la del amor atravesando sus imposibles.
Y como un hechizo, en cada medianoche era transportado a ese mundo de sueños, ese lugar en donde sus palabras, las que como el magma de un volcán en plena erupción, brotaban de entre sus dedos, sin enmascarar deseos e ilusiones, sin otra necesidad que ser él, libre de todo, incluso a veces, de ella.
La eternidad era la meta, el reto era vivirla sin demasiado dolor, sin decepciones, ni cadáveres de sueños rotos u olvidados a la fuerza. El tiempo sólo marcaría el ritmo, él elegiría como bailarlo.
No existen los finales infelices, así es que, sigue buscando el suyo con ella, quemándose entre letras hasta hallar ese The End en blanco y negro en el beso de inicio.


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